
Fecha: 22 de mayo de 2009
Me comentaban de un gran hombre, sacerdote, que lo más santo es siempre, primero, entregarse al Señor; por eso… Dios Justo y Sabio, Tú que lo sabes todo y eres la Verdad, ilumina nuestro ser y nuestra mente, para que podamos descubrir tu grandeza ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
- Respecto al libro segundo de los soliloquios
Leyendo entre líneas de este magno texto, encontramos como afirmación prevalente del libro segundo de los Soliloquios, y como fundamento continuo de los primeros capítulos, el cuestionamiento de la inmortalidad; este es un tema que repite constantemente San Agustín junto a su Razón; es un contenido que se difunde en variados argumentos y al cual le da gran importancia nuestro Santo.
Este capítulo me recordó la cierta ocasión en que me decían de un cura cercano, que antes de empezar cada trabajo, él se encomendaba a Dios con una sencilla oración; aquí, Agustín, hablando consigo mismo, empieza su reflexión pidiendo al Señor que lo ilumine y lo fortalezca para poderse conocer a sí mismo. De este argumento se vale su razón para interpelarlo referente a si en verdad existe o si es mera ilusión lo que él considera su existir.
El obispo de Hipona, medita acerca de la importancia de la vida y qué es lo más importante en ella. Entre preguntas y respuestas que se van dando a lo largo de la obra, él llega a sus propias conclusiones con relación al profundo amor que siente por la vida. Mediante este ejercicio, que opino es de interiorización, obtiene a afirmaciones cúlmenes, como que la vida vale por la sabiduría, pues confiesa que de ya acabar el conocimiento de la ciencia, perderá todo el sentido.
De manera sintética, el Santo Doctor de la Iglesia afirma lo siguiente: el hombre que permanece ignorante es miserable, ya que la ciencia perdura eternamente y nadie es desdichado por causa de la misma. “Se concluye que en el entendimiento se constituye la bienaventuranza”[1] y teniendo en claro que el que entiende, vive y el que vive, existe, entonces “probando que siempre hemos de vivir, se concluirá que seremos inmortales”[2], dice la razón, a lo cual Agustín está de acuerdo, pero queda con el vacio de no saber si el entendimiento perdura, desaparece, aumenta o disminuye en la eternidad.
1.2. Capitulo II: La Verdad es eterna
Las conclusiones de este capítulo segundo son cortas, pues corto es este texto, pero complejo es su contenido. Así pues, Agustín en medio de una tutela de juicios, descubre para nosotros la veracidad del ser en las cosas, que es siempre verdad, mientras permanezca su existir; de lo contrario, si la cosa muere para siempre, deja de ser verdad. De igual forma, las cosas no son verdad, en tanto que no exista la misma verdad; pero como dice la razón, y Agustín en acuerdo, al final de esta parte: Luego [de todas las afirmaciones] de ningún modo puede morir la verdad[3], ella siempre permanece y es inmutable por la eternidad.
1.3. Capitulo III: Si habrá siempre falsedad y percepción sensible, sigue que nunca dejará de existir algún alma.
De un dialogo largo y tendido, a solas de San Agustín y su Razón, que comenzó con la cuestión ¿cuál de los dos sentirá, el alma o el cuerpo? Llega él a una serie de conclusiones muy valiosas, y que me causa curiosidad la forma tan elegante como termina diciendo la razón a manera de silogismos lo siguiente: “reconocido que no hay falsedad sin los sentidos y que siempre habrá falsedad; luego siempre habrá sentidos. Es así que no puede haber sentidos sin un alma senciente; luego el alma es inmortal, pues no puede sentir sin vivir. Vivirá, pues, siempre el alma”.[4]
Ya antes, San Agustín, tocaba el tema psicológico de que los sentidos nos pueden engañarnos; así pues, no podemos fiarnos enteramente de nuestros sentidos, sino siempre cuestionar nos acerca de la veracidad de los hechos hasta declarar que realmente es una verdad aquello que vemos, olemos, oímos, palpamos, gustamos o simplemente sentimos. Además podemos agregar la aserción que reza: R: ¿Y el entendimiento, no pertenece al alma? A: Sin duda alguna.[5] Es entonces que la verdad solo proviene del alma aún cuando por nuestras experiencias sensibles encontremos falsedad. Es por eso que se dice que, de nuestro interior emana la verdad y no del exterior.
- La tesis principal
Como ya antes lo expresaba, todos los tópicos se relacionan de forma particular, con el tema central de la inmortalidad y de la perpetuidad de las cosas. En San Agustín la felicidad será seguir descubriendo y cambiando constantemente; puesto que como él mismo lo expresa, soberbio es el hombre que cree ya haber culminado todo, ya que cada vez que uno se siente realizado, descubre que todavía falta más por superar.
Analizo en el texto, que es un transcurso de descubrimiento interior el que realiza nuestro padre, ya que procesualmente va encontrando que la alegría no es propiamente la vida, sino el júbilo de tener la sabiduría; de la misma forma, no es saber que existimos, sino que pensamos y que lo falso se suscita de las apariencias engañosas por su similitud y la verdad se da de los hechos bien meditados.
- Mi tesis
Es mucho lo que podemos considerar de este texto, pero es poco lo que podemos agregar a tan excelentes conclusiones.
¿Cuál será el sentido de la vida de un joven desahuciado que no piensa en pro de su bienestar? Quizá nosotros hemos topado muchachos de cortas edades, que en lo único que se preocupan es en sexo, alcohol, drogas, rumba, vanidad, dinero, satisfacción propia, poder, los intereses y en sí, el vicio del ego. Si esto fuese de toda la vida en una persona común y corriente, según las disposiciones de la Iglesia, ya este hombre al morir, habría sentenciado su vida al castigo eterno. Pero el problema es que para proceder la juventud en la actualidad no tiene sus ojos puestos en lo que propone la Iglesia, sino lo que manda su yo o el grupo o moda al cual está afiliado.
Ahora yo me pregunto ¿es que acaso no tiene en sus mentes algo para después de la muerte? O ¿es que piensan simple y llanamente que han de fenecer en la tierra y desaparecer su alma y su ser en general? Si este es el caso, entonces para qué esforzarse trabajando o matándose por conseguir el alimento de cada día, si igual vamos a fallecer y desaparecer por siempre. Cuál es el objetivo de estudiar arduamente o respetar las leyes dispuestas por el Estado y la sociedad, si igual no habrá después de la muerte terrena más futuro para vivir. Todo pierde el sentido, no existe la razón por la cual exigirse a sí mismo, pues ¿Para qué? ¿Qué gano con eso?
Solo así es como podemos entrar a cuestionar a un muchacho sobre el rumbo que está tomando su existir, preguntándole ¿para qué los religiosos y las personas de bien, nos exigimos perseverar en buena actitud? Y es porque nosotros, estamos esperando la recompensa celestial, aquello que nunca va a terminar y que siempre será constante, Cristo. Él es nuestra alegría y nuestro gozo, todo lo tenemos en Él, por Él y todo lo hacemos para Él. Ese es el verdadero católico, el que se entrega por conseguir la meta absoluta que es Nuestro Señor coronado en el Cielo. Amén.
N.P. San Agustín… Ruega por nosotros.
Bibliografía
- San Agustín de Hipona. Obras completas “LOS SOLILOQUIOS”, tomo I. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, Madrid, 1957. P., 547.
- San Agustín de Hipona. Obras completas “Las Retractaciones”, Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, Madrid, 1985.
[1] San Agustín de Hipona. Obras completas “LOS SOLILOQUIOS”, tomo I. Biblioteca de Autores Cristianos. BAC, Madrid, 1957. P., 547.
[2] Ibít. P., 547.
[3] Ibít. P., 549.
[4] Ibít. P., 553.



