25 de julio de 2009
José miel, Rancha y Viana.
El hombre y la maldad.
¿Quién es el hombre ante Dios? En verdad que somos poco y mucho; por un lado una masa relativa de huesos y músculos y un conjunto de sentimientos e ideas, que son insignificantes si se comparan con aquel don infinito y sobre natural que nos concede Dios, el Espíritu que vivifica el alma; este no es cualquier bien pasajero, sino que es algo eterno. Así pues, aunque seamos elegidos, amados y privilegiados en este mundo terrenal, no podemos ser más que aquellos seres que tienen el gozo magnánimo de compartir la gloria suprema, los Ángeles; ellos que conocen la verdad divina, más que cualquiera de nosotros, tienen también el mismo error de la humanidad, caen.
El principio del mal no comenzó con la caída de Adán en el paraíso, sino que desde el mismo instante en el que uno de los Ángeles, conocido como Lucifer, tomó la decisión de enfrentar a Dios como otro dios. Nos cuenta la tradición de la Iglesia que no solo fue él el que tomó la actitud de desafío perverso, sino que también fueron otros tantos Ángeles los que determinaron la misma condenación perpetua por su soberbia ante el Altísimo.[1]
Dios abriendo el libro de la vida humana, vio con buenos ojos su creación, la cual de momento existió con sangre pura e inmaculada, mas luego se afilió a la tendencia de la desobediencia de los ángeles caídos. Los primeros fueron Adán y Eva, quienes con el mundano fruto prohibido cayeron tan fuerte que hasta el día de hoy nos cuesta levantarnos, pues aprendimos de ellos la corrupción, este fue un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre.[2] Bendito sea Dios que envió al fruto de su gracia en el vientre de una virgen santa y nos redimió en una cruz, haciendo de nuestra culpa una carga ligera y permitiendo que el pecado que cometieron nuestros primeros padres mortales fuera olvidado mediante el sacramento del bautismo.
Desde el momento en el que los ángeles se atrevieron a declararle la guerra al Señor, el demonio se ha venido apoderando de un lugar en cada uno de los corazones nuestros; esto no significa nunca que ha dominado nuestra voluntad, sino que nos ha seducido y tentado a la corrupción y que nosotros como niños en medio de la ignorancia y la ingenuidad le hemos preferido a él que a nuestro Señor de misericordia.
Ahora bien, ¿Qué tan fuerte ha sido la influencia demoniaca o de la maldad en la historia del hombre? Sabemos relativamente que el hombre tal cual lo conocemos, apareció hace 40.000 años; desde ese momento se empezó a escribir la historia de la humanidad y junto a ella la historia de la maldad, dejando al hombre primitivo, por consguiente, marcado con el signo oscuro del pecado, ya hubiese sido con intención o ingenuamente por instinto de supervivencia.
Para entender mejor todo lo relativo a la maldad y el pecado, hemos primero de definir ¿Quién es el hombre? Como lo vimos en la historia, el hombre ha estado constantemente tratando de dar respuestas a este interrogante, con grandes contradicciones, empezando desde el hombre como regla total y centro de la vida, hasta la definición de la humanidad como una piltrafa viviente. Las soluciones las encontramos desde las corrientes filosóficas, literarias, sociales, políticas, económicas, religiosas, entre las cuales nos resulta más cercana la contestación de la Iglesia Católica, que por obvias razones, es más válida a razón de la iluminación divina.
Según la Doctrina dada en el Concilio Vaticano Segundo, el hombre, que como bien lo refiere la Biblia, es un ser hecho a imagen y semejanza de su propio creador[3], es un individuo comprendido de cuerpo y alma, capaz de adorar a su Señor, por su condición de criatura e hijo adoptivo de Él por el bautismo. En esta definición no nos quedaremos, porque su extensión y su temática no nos competen; de esta forma, nos adentraremos un poco en la visión del hombre en la maldad amparado en la filosofía.
Para el siglo XIX, encontramos en Alemania a uno de los pensadores más influyentes de la historia moderna y quien propuso un sistema filosófico basado en el ideal del superhombre, Nietzsche; él plantea que para volver a la esencia de la filosofía tenemos que crear un hombre capaz de todo, un hombre que siempre esté por encima del objetivo trazado; para entenderlo bien, el filósofo parte desde el individuo débil, el cual debe ser erradicado. “El hombre camello es el hombre resignado, aguantador, sometido, paciente, incapaz de reaccionar. Este tipo de Hombre es negación de la vida, en él la vida está desfigurada y bloqueada; este hombre es un mono, una irrisión, una vergüenza dolorosa, un objeto de burla”.[4] Pero ¿quién ha puesto en esta situación al Hombre?, a esta pregunta Nietzsche responde, “Dios, la religión y la moral. El cristianismo inventó el concepto de Dios como contra concepto de la vida para aplastar los instintos de ésta, sus alegrías y su pujanza exuberante que inventó el más allá para desvalorizar el más acá; el alma para denigrar el cuerpo y todo lo que al cuerpo toca; el pecado, la conciencia, la libertad para arrebatar a los fuertes y soberbios su fuerza”[5], de lo cual inferimos que el modelo de hombre que hasta entonces llevábamos, “el cristiano”, no es más que el fracaso de la especie humana.
Nietzsche quiere que el hombre sea el sentido de la tierra, la expresión última de la vida, pero ¿qué es la vida para Nietzsche?, “llamamos vida a una multiplicidad de fuerzas unidas por un mismo proceso de nutrición. A este proceso de nutrición como medio de su posibilidad, corresponde los llamados sentimientos, imaginación, pensamientos entre otros, este hombre debe ser superado.”[6] Para esta superación Nietzsche propone al hombre como un guerrero que por amor a la humanidad destruye al débil y oprimido. Entonces, ¿podemos decir que los débiles y oprimidos son los cristianos?, o en otro marco histórico ¿los judíos? Juan Pablo II nos dice al respecto: El siglo XX ha sido en cierto sentido, el “teatro” en el que han entrado en escena determinados procesos históricos e ideológicos que han llevado hacia la gran Erupción del mal. [7]
Como se atestigua del siglo pasado en los libros de historia y en los relatos de nuestros viejos, los horrores de las guerras mundiales mostraron la crueldad del hombre. La despiadada mente humana propició para los que en su momento vivieron en carne propia el holocausto, el principio del apocalipsis, algo curioso si pensamos en que Dios no tuvo en absoluto nada que ver con estos hechos tan fatídicos. De dos guerras mundiales, rescatamos una figura voluminosa, no por su contextura, sino por su influencia entre las masas; hablamos del político y militar germano-austriaco, Adolfo Hitler. La brillante carrera de asenso al dominio mundial, lo convirtió en una de las personas más polémicas y poderosas de toda la historia de la humanidad. Aquel ser que para muchos fue su gran héroe de turno, también fue símbolo de oscuridad y penuria; él era algo así como un donnadie, dotado de influencias, autoridad, convencimiento, gallardía, orgullo, soberbia, entre otras cualidades y desventajas que hacían de él en un hombre que no parecía de este mundo; decimos esto, porque fue demasiado el mal que causó en este planeta y muchas las alegrías de victorias de algunos que no comprendían la magnitud de la perversidad que originaban.
Este escrito no se encarga de criticar a las personas por sus actos, todo lo dejamos a la misericordia y el juicio de Dios. Partiendo de este principio, tomaremos la ideología de Hitler como ejemplo de lo que puede llegar a ser la influencia maliciosa en el hombre, haciendo referencia a el libro de su autoría, Mein Kampf (mi lucha) escrito en la cárcel, este demuestra que su ideología se basa en un conglomerado de ideas que mezclan el nihilismo de Nietzsche, el racismo de Gobineau y de Chamberlain, la teoría de la herencia genética de Fr. Gregorio Méndel, la fe en el destino de Richard Wagner, la geopolítica de Haushofer y el neodarwinismo de Ploetz. Las ideas fundamentales son el nacionalismo, el anticomunismo, el antisemitismo […] en otras palabras, el aniquilamiento de los judíos y por último, la fe ciega en el líder (führer)[8], él mismo. Este es un pequeño perfil del hombre que transformó la vida del siglo XX en Europa y el mundo entero, aquel que cerró con broche de oro su desgraciada vida con el asesinato de su esposa de un día, Eva Braun, y con el suicidio, acto imperdonable ante los ojos de Dios.
Esto que hablamos de Hitler, era nada más uno de los miles y miles de ejemplos de malicia en medio de nuestra sociedad o parte de la historia de la maldad en la historia del hombre. De la misma manera, el Papa Juan Pablo II hablaba de la caída de los dos grandes cánceres que agobiaron el final del pasado milenio, el comunismo y el nazismo, con ellos da apertura para poder hablar del ligamiento del mal y del bien. En tanto nosotros, vamos atener en cuenta lo que dice él, con relación al pensamiento antiguo en el título de la coexistencia del bien y del mal, para clausurar este escrito: La naturaleza del mal, tal como la entiende Santo Tomás, siguiendo las huelas de San Agustín. El mal es siempre la ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es ausencia absoluta del bien. […] es una incógnita esa parte del bien que el mal no ha logrado destruir y que se difunde a pesar del mal […] La historia de la humanidad es una trama de la coexistencia entre el bien y el mal. […] En efecto, ésta (la raza humana) no quedó destruida, no se volvió mala a pesar del pecado original. Ha conservado una capacidad para el bien, como lo demuestran las vicisitudes que se han producido en los diversos períodos de la historia.
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. # 391
[2] Ibíd. # 390
[3] Concilio Vaticano II. Paulinas, Bogotá D.C., 1986, p. 132.
[4] BLANCO T., Blas. Integración filosófica 11o. Paulinas, Bogotá, 1995, p., 130.
[5] Ibíd. p., 131.
[6] Ibíd. p., 132.
[7] Juan Pablo II. Memoria e identidad. Planeta, Ciudad del Vaticano, 2005, p. 13.
[8] Guía mundial Almanaque 2000. Cinco cultural, Bogotá, 2000, p. 138.
José miel, Rancha y Viana.
El hombre y la maldad.
¿Quién es el hombre ante Dios? En verdad que somos poco y mucho; por un lado una masa relativa de huesos y músculos y un conjunto de sentimientos e ideas, que son insignificantes si se comparan con aquel don infinito y sobre natural que nos concede Dios, el Espíritu que vivifica el alma; este no es cualquier bien pasajero, sino que es algo eterno. Así pues, aunque seamos elegidos, amados y privilegiados en este mundo terrenal, no podemos ser más que aquellos seres que tienen el gozo magnánimo de compartir la gloria suprema, los Ángeles; ellos que conocen la verdad divina, más que cualquiera de nosotros, tienen también el mismo error de la humanidad, caen.
El principio del mal no comenzó con la caída de Adán en el paraíso, sino que desde el mismo instante en el que uno de los Ángeles, conocido como Lucifer, tomó la decisión de enfrentar a Dios como otro dios. Nos cuenta la tradición de la Iglesia que no solo fue él el que tomó la actitud de desafío perverso, sino que también fueron otros tantos Ángeles los que determinaron la misma condenación perpetua por su soberbia ante el Altísimo.[1]
Dios abriendo el libro de la vida humana, vio con buenos ojos su creación, la cual de momento existió con sangre pura e inmaculada, mas luego se afilió a la tendencia de la desobediencia de los ángeles caídos. Los primeros fueron Adán y Eva, quienes con el mundano fruto prohibido cayeron tan fuerte que hasta el día de hoy nos cuesta levantarnos, pues aprendimos de ellos la corrupción, este fue un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre.[2] Bendito sea Dios que envió al fruto de su gracia en el vientre de una virgen santa y nos redimió en una cruz, haciendo de nuestra culpa una carga ligera y permitiendo que el pecado que cometieron nuestros primeros padres mortales fuera olvidado mediante el sacramento del bautismo.
Desde el momento en el que los ángeles se atrevieron a declararle la guerra al Señor, el demonio se ha venido apoderando de un lugar en cada uno de los corazones nuestros; esto no significa nunca que ha dominado nuestra voluntad, sino que nos ha seducido y tentado a la corrupción y que nosotros como niños en medio de la ignorancia y la ingenuidad le hemos preferido a él que a nuestro Señor de misericordia.
Ahora bien, ¿Qué tan fuerte ha sido la influencia demoniaca o de la maldad en la historia del hombre? Sabemos relativamente que el hombre tal cual lo conocemos, apareció hace 40.000 años; desde ese momento se empezó a escribir la historia de la humanidad y junto a ella la historia de la maldad, dejando al hombre primitivo, por consguiente, marcado con el signo oscuro del pecado, ya hubiese sido con intención o ingenuamente por instinto de supervivencia.
Para entender mejor todo lo relativo a la maldad y el pecado, hemos primero de definir ¿Quién es el hombre? Como lo vimos en la historia, el hombre ha estado constantemente tratando de dar respuestas a este interrogante, con grandes contradicciones, empezando desde el hombre como regla total y centro de la vida, hasta la definición de la humanidad como una piltrafa viviente. Las soluciones las encontramos desde las corrientes filosóficas, literarias, sociales, políticas, económicas, religiosas, entre las cuales nos resulta más cercana la contestación de la Iglesia Católica, que por obvias razones, es más válida a razón de la iluminación divina.
Según la Doctrina dada en el Concilio Vaticano Segundo, el hombre, que como bien lo refiere la Biblia, es un ser hecho a imagen y semejanza de su propio creador[3], es un individuo comprendido de cuerpo y alma, capaz de adorar a su Señor, por su condición de criatura e hijo adoptivo de Él por el bautismo. En esta definición no nos quedaremos, porque su extensión y su temática no nos competen; de esta forma, nos adentraremos un poco en la visión del hombre en la maldad amparado en la filosofía.
Para el siglo XIX, encontramos en Alemania a uno de los pensadores más influyentes de la historia moderna y quien propuso un sistema filosófico basado en el ideal del superhombre, Nietzsche; él plantea que para volver a la esencia de la filosofía tenemos que crear un hombre capaz de todo, un hombre que siempre esté por encima del objetivo trazado; para entenderlo bien, el filósofo parte desde el individuo débil, el cual debe ser erradicado. “El hombre camello es el hombre resignado, aguantador, sometido, paciente, incapaz de reaccionar. Este tipo de Hombre es negación de la vida, en él la vida está desfigurada y bloqueada; este hombre es un mono, una irrisión, una vergüenza dolorosa, un objeto de burla”.[4] Pero ¿quién ha puesto en esta situación al Hombre?, a esta pregunta Nietzsche responde, “Dios, la religión y la moral. El cristianismo inventó el concepto de Dios como contra concepto de la vida para aplastar los instintos de ésta, sus alegrías y su pujanza exuberante que inventó el más allá para desvalorizar el más acá; el alma para denigrar el cuerpo y todo lo que al cuerpo toca; el pecado, la conciencia, la libertad para arrebatar a los fuertes y soberbios su fuerza”[5], de lo cual inferimos que el modelo de hombre que hasta entonces llevábamos, “el cristiano”, no es más que el fracaso de la especie humana.
Nietzsche quiere que el hombre sea el sentido de la tierra, la expresión última de la vida, pero ¿qué es la vida para Nietzsche?, “llamamos vida a una multiplicidad de fuerzas unidas por un mismo proceso de nutrición. A este proceso de nutrición como medio de su posibilidad, corresponde los llamados sentimientos, imaginación, pensamientos entre otros, este hombre debe ser superado.”[6] Para esta superación Nietzsche propone al hombre como un guerrero que por amor a la humanidad destruye al débil y oprimido. Entonces, ¿podemos decir que los débiles y oprimidos son los cristianos?, o en otro marco histórico ¿los judíos? Juan Pablo II nos dice al respecto: El siglo XX ha sido en cierto sentido, el “teatro” en el que han entrado en escena determinados procesos históricos e ideológicos que han llevado hacia la gran Erupción del mal. [7]
Como se atestigua del siglo pasado en los libros de historia y en los relatos de nuestros viejos, los horrores de las guerras mundiales mostraron la crueldad del hombre. La despiadada mente humana propició para los que en su momento vivieron en carne propia el holocausto, el principio del apocalipsis, algo curioso si pensamos en que Dios no tuvo en absoluto nada que ver con estos hechos tan fatídicos. De dos guerras mundiales, rescatamos una figura voluminosa, no por su contextura, sino por su influencia entre las masas; hablamos del político y militar germano-austriaco, Adolfo Hitler. La brillante carrera de asenso al dominio mundial, lo convirtió en una de las personas más polémicas y poderosas de toda la historia de la humanidad. Aquel ser que para muchos fue su gran héroe de turno, también fue símbolo de oscuridad y penuria; él era algo así como un donnadie, dotado de influencias, autoridad, convencimiento, gallardía, orgullo, soberbia, entre otras cualidades y desventajas que hacían de él en un hombre que no parecía de este mundo; decimos esto, porque fue demasiado el mal que causó en este planeta y muchas las alegrías de victorias de algunos que no comprendían la magnitud de la perversidad que originaban.
Este escrito no se encarga de criticar a las personas por sus actos, todo lo dejamos a la misericordia y el juicio de Dios. Partiendo de este principio, tomaremos la ideología de Hitler como ejemplo de lo que puede llegar a ser la influencia maliciosa en el hombre, haciendo referencia a el libro de su autoría, Mein Kampf (mi lucha) escrito en la cárcel, este demuestra que su ideología se basa en un conglomerado de ideas que mezclan el nihilismo de Nietzsche, el racismo de Gobineau y de Chamberlain, la teoría de la herencia genética de Fr. Gregorio Méndel, la fe en el destino de Richard Wagner, la geopolítica de Haushofer y el neodarwinismo de Ploetz. Las ideas fundamentales son el nacionalismo, el anticomunismo, el antisemitismo […] en otras palabras, el aniquilamiento de los judíos y por último, la fe ciega en el líder (führer)[8], él mismo. Este es un pequeño perfil del hombre que transformó la vida del siglo XX en Europa y el mundo entero, aquel que cerró con broche de oro su desgraciada vida con el asesinato de su esposa de un día, Eva Braun, y con el suicidio, acto imperdonable ante los ojos de Dios.
Esto que hablamos de Hitler, era nada más uno de los miles y miles de ejemplos de malicia en medio de nuestra sociedad o parte de la historia de la maldad en la historia del hombre. De la misma manera, el Papa Juan Pablo II hablaba de la caída de los dos grandes cánceres que agobiaron el final del pasado milenio, el comunismo y el nazismo, con ellos da apertura para poder hablar del ligamiento del mal y del bien. En tanto nosotros, vamos atener en cuenta lo que dice él, con relación al pensamiento antiguo en el título de la coexistencia del bien y del mal, para clausurar este escrito: La naturaleza del mal, tal como la entiende Santo Tomás, siguiendo las huelas de San Agustín. El mal es siempre la ausencia de un bien que un determinado ser debería tener, es una carencia. Pero nunca es ausencia absoluta del bien. […] es una incógnita esa parte del bien que el mal no ha logrado destruir y que se difunde a pesar del mal […] La historia de la humanidad es una trama de la coexistencia entre el bien y el mal. […] En efecto, ésta (la raza humana) no quedó destruida, no se volvió mala a pesar del pecado original. Ha conservado una capacidad para el bien, como lo demuestran las vicisitudes que se han producido en los diversos períodos de la historia.
[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica. # 391
[2] Ibíd. # 390
[3] Concilio Vaticano II. Paulinas, Bogotá D.C., 1986, p. 132.
[4] BLANCO T., Blas. Integración filosófica 11o. Paulinas, Bogotá, 1995, p., 130.
[5] Ibíd. p., 131.
[6] Ibíd. p., 132.
[7] Juan Pablo II. Memoria e identidad. Planeta, Ciudad del Vaticano, 2005, p. 13.
[8] Guía mundial Almanaque 2000. Cinco cultural, Bogotá, 2000, p. 138.

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